El Buscador de joyas

El Buscador de joyas

sábado, 1 de septiembre de 2007

Patricia Damiano


Patricia Damiano
y
el bisturí de plata


Cuesta trabajo ver a los Valéry, a los Celan, a los Cirlot, a los Crespo o a los Verlaine, en cuyas insólitas sentinas interiores Europa aprendió a viajar por los mundos más inexplorados de sí misma, convertidos en galeones desvencijados en las playas más ocultas y olvidadas de su poesía contemporánea. Fuera de los poderosos resplandores -pienso ahora en la española Clara Janés- de algunos de sus hijos, que perseveraron en la idea de que el lenguaje es -por encima de cualquier otra consideración- la principal fuente de emoción poética, la mayoría de ellos parecen condenados a iluminar con sus candelas encendidas apenas no más que las tortuosas catacumbas que se extienden bajo el mundo literario como un reverberante -pero silencioso- laberinto.
Cuando, en aras de una gigantesca oleada rehumanizadora, la poesía europea parece haber arrojado a la gaena los caminos abiertos por las viejas vanguardias del simbolismo y de la irracionalidad, sus banderas ondeantes nos llegan de nuevo -multiplicadas e hirientes- de los ariscados acantilados de América con un gesto disidente tallado en la proa de sus barcos, acaso -me digo- para recordarnos lo que fuimos, en algo parecido a un nuevo redescubrimiento, o a una invitación para iniciar, sin complejos, un renovado camino de retorno a nuestros antiguos -pero nunca viejos- estados mejores de conciencia.
En ello pienso ahora, cuando me dejo llevar en medio del asombro por la arriesgadísima voz de la Patricia Damiano, una argentina nacida en Buenos Aires y que emergió con fuerza -todo un símbolo- en 1992 con la edición casi simultanea de su Crepúsculo cierto, la palabra de los Los testigos y su Exequial extraño, para continuar con De vísperas y postludios (1995), Cierta es la noche (1998), Testigo presencial (1998) y La noche, esta región (2001). Para quien no tenga la oportunidad -ese es mi caso- de tener alguna de esas joyas colgadas de el cuello de su biblioteca, podría -si lo quisiera- encontrar sus resplandores en estos extraños laberintos de la red que conducen a sitios tan elocuentes como Ignoria, Adamar, Diamantes gratis, o Factor serpiente; también puede detenerse en esas cinco gargantillas que ha tenido el orgullo de editar en su aún titubeante espacio virtual la editorial española El Toro de Barro, precisamente cuando se cumple el décimo aniversario de la muerte del poeta español Carlos de la Rica, que fue el responsable del inicio, en 1965, de su ya larga aventura literaria.
Pero lo mejor, sin duda, es acudir a las habitaciones privadas de la propia Patricina Damiano y contemplar de cerca los sorprendentes laberintos de un mundo interior dominado por el poder de la noche en el que el "yo" poético es -precisamente- la misma noche desde la que nos habla, y que no es otra cosa que el símbolo propicio de la orfandad del espíritu. Patricia Damiano somete la expresión literaria de la emoción nacida de ese estado espiritual a un constante proceso de ablación, con el objeto de romper con la lógica común y socialmente aceptada del lenguaje para proponer un lenguaje nuevo que nos conduzca a nuevas percepciones. Los agresivos encabalgamientos, las obsesivas reiteraciones y la propia irracionalidad del mundo simbólico que caracterizan sus composiciones constituyen, en sí mismos, una fuente de emoción que no hace otra cosa que agigantar las emociones humanas a las que la autora parece haberse encomendado: la certeza de la pérdida y de la orfandad. Al igual que Paul Celan, y una vez desmantelados las "rejas del lenguaje", Patricia Damiano arroja lo que queda del lector a esa suerte de inquietud de quien sabe que ha sido -sin quererlo- desnudado, o de quien ve su alma de pronto sometida a una auténtica operación de cirujía por un bisturí de plata que deja al descubierto esa noche común que nos amenaza siempre, o los rescoldos de un fuego antiguo que quisimos apagar porque su explendor, su libertad, nos daba -simplemente- miedo....